La historia del cine mexicano se remonta hacia 1896 con la llegada al país de los concesionarios de la casa Lumière con el cine mudo y sus documentales cortos.
La primera función pública de cine en México, se llevó a cabo en el sótano del Gran Café de París, ubicado en la calle que hoy lleva el nombre de Madero. En esta función, realizada en 1896, se presentaron cortometrajes de los hermanos Lumiere, en tanto que en el Salón de Boliche del Castillo de Chapultepec se hizo una exhibición en exclusiva para el presidente Porfirio Diaz, su familia y sus amigos.
Inicia entonces la historia de las salas de cine en la Ciudad de México.
Imagen: Cartel de una de las primeras exhibiciones de cine en la ciudad de México.
A partir del año de 1897, durante el gobierno del general Porfirio Díaz, se instauró en México la primera sala de cine, El Salón Rojo, ubicada en la que fuera la mansión del acaudalado minero José de la Borda. Por supuesto, las películas exhibidas eran silentes, por lo que era común que la exhibición fuera acompañada de música en vivo, interpretada por un pianista.
En ese mismo año se iniciaba el rodaje de una de las primeras películas mexicanas con argumento: Don Juan Tenorio.
Imagen: Anuncio del Cinematógrafo Lumiére.
Uno de los cines más antiguos de la ciudad fue el Cine Palacio, inaugurado en 1911 en plena guerra revolucionaria. Se encontraba en la Calle de San Francisco (hoy Madero). En 1924, cambió de sede a la Avenida 5 de mayo y fue la sala cinematográfica en que se inauguró la primera película sonora producida en México: Santa.
Imagen: Interior del Cine Palacio.
Después del Palacio vinieron otras salas cinematográficas como el Metropolitan, el Encanto, el Olimpia, el Lux, el Palacio Chino, el Cosmos y decenas de cines más. En las primeras décadas del siglo XX, los cines competían para lograr tener elegantes fachadas algunas de ellas Art Decco y suntuosas y ornamentadas salas de exhibición.
Imagen: Cine Centenario, con fachada estilo Art Decco, en Coyoacán.
Los cines, eran más que una sala donde podían apreciarse películas nacionales y extranjeras, eran el espacio favorito para el paseo familiar, para el encuentro con los amigos, o bien el sitio casi único en que los novios adolescentes podían tener momentos de intimidad, que estaban prohibidos en los parques y sitios públicos.
Imagen: Público en el Cine Palacio.
Y, claro está, los empresarios del cine también construyeron salas cinematográficas para el pueblo de escasos recursos. A éstos se les conocía como “cines de piojito”, y se caracterizaban por sus asientos deteriorados y, por supuesto, por su falta de ventilación y malos olores. Solían presentar tres películas por un precio muy módico.
Cuentan que era común ver a uno que otro roedor comiéndose las palomitas que caían al piso, así como a algún gato que pasaba enfrente de la pantalla, cuya silueta se transparentaba y provocaba la risa de los espectadores.
Imagen: Cine Coloso ya desaparecido, en la Calzada del Niño Perdido (hoy Eje vial Lázaro Cárdenas).
Hoy en día, cuando vamos al cine, nos cuesta trabajo pensar que a mediados del siglo XX, estos sitios de exhibición eran muy distintos a los de ahora. Por ejemplo, antes de que se iniciara la función se proyectaba un noticiero, que por lo regular promovía los logros del régimen, o promocionaba sitios turísticos o bien presentaba chismes sobre los actores y actrices más famosos.
A la mitad de la función se acostumbraba un Intermedio. La pantalla mostraba la dulcería del cine en que podían adquirirse palomitas, refrescos y chocolates Pon-Pons, o bien un hot dog.
Imagen: Dulcería de cine norteamericana, modelo seguido en las salas cinematográficas de México.
En algunas ocasiones la proyección presentaba deficiencias: brincaba la imagen, fallaba el volumen y hasta llegaba a darse el caso en que la película se detenía en un cuadro y se empezaba a quemar.
En aquellos momentos, del público emergían sonoros gritos que decían “¡cácaro despierta!”, que era el sobrenombre que se daba a los proyeccionistas.
Por cierto, los cines eran de “Permanencia voluntaria” y se presentaban varias películas, por lo que el público podía pasar varias horas disfrutando de filmes distintos.
Imagen: Proyeccionista de cine en la afamada película italiana Cinema Paradiso.
Y si comparamos con los de ahora, las salas cinematográficas eran gigantes. Por ejemplo, el cine Roble tenía capacidad para 4,000 espectadores.
Los grandes cines comenzaron a desaparecer a fines de los años setenta, ante la irrupción del video. Muchas salas cerraron y otras se adaptaron a las nuevas necesidades, dividiendo su gran espacio de exhibición en pequeñas salas, de manera que una misma película pudiera presentarse en cines ubicados en los diferentes rumbos de la ciudad.
Imagen: Interior del Cine Manacar, hoy desaparecido. Se ubicaba en la esquina de Insurgentes y Ríos Mixcoac.
A partir de los años 70, surgió un nuevo concepto en las salas cinematográficas: el llamado Cine de Arte. Las instituciones culturales como la UNAM, el Instituto Francés de América Latina y la Cinemateca del INAH, comenzaron a ofrecer al público una selección de las mejores películas que se producían en el mundo.
Y a partir de los años 80´s, los habitantes de esta ciudad contamos con la Cineteca Nacional, que ofrece también una selección de películas realizadas por los más afamados directores de cine del mundo
Imagen: Patio principal de la Cineteca Nacional.
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Presenta imágenes de gran valor sobre la historia del cine y de sus salas de exhibición desde fines del siglo XIX.
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